Trayectorias exitosas: diversos relatos de vida Maite Fouassier Zamalloa y Mikel Mintegi Luengo
Me llamo Daniela...“
.y tengo veintitrés años. Mis padres son de Colombia, de Medellín, pero mi madre era empresaria y la amenazaron por causas relacionadas con su trabajo. Entonces, tuvo que salir fuera de Colombia, y se dirigió con mi padre a Alemania. Allí nacimos mi hermana, que es dos años mayor, y yo. Luego, cuando yo tenía tres meses, fue a Madrid y después, cuando yo tenía tres años, a Donosti.
Mi padre siempre ha sido más estricto y mi madre más de hablar conmigo. Lo que pasa es que en Latinoamérica son bastante machistas y la madre tiene el rol de cuidar de la casa y de hablar con los hijos y darles los mimos. Y aunque mi madre siempre ha estado trabajando, no se ha quitado del todo ese rol. Pero también es verdad que ella, por todo lo que ha ido viendo aquí, se ha dado cuenta de que tiene los mismos derechos que él y ha ido cambiando de mentalidad. Yo he tenido muchos problemas con mi padre por este tipo de cosas. Porque yo me he criado aquí, he estudiado aquí y he aprendido las cosas de aquí. Él tiene una cultura y yo tengo otra. Yo creo que todos somos iguales y que el hombre no puede estar tumbado en la cama mientras la mujer hace la casa. Pero es que allí los padres son como si fuesen Dios. Te pueden decir lo que quieran y tú te tienes que quedar callada y encima pedir perdón. Y para mí esto no es así. Creo que el respeto es algo que se gana, no que se exige. Y eso a él le parece ser una insolente. Cuando veía ciertas actitudes machistas de él con mi madre, yo intervenía. Le preguntaba por qué se dejaba pisar. Porque para mí es eso, aunque para él sea lo normal en su cultura. Y todo eso mi padre lo lleva muy mal. Mi hermana es más tranquila que yo. Se puede quedar callada cuando tiene un lío con mi padre, pero luego la hace por detrás. En eso se parece más a mi madre. Yo tengo un carácter más fuerte y soy más explosiva, me parezco más a mi padre. Y precisamente por eso choco más con él.
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Cuando era adolescente, como nos pasa a todos, me avergonzaba de mis padres. Pero yo me avergonzaba más por el hecho de que fuesen colombianos. Creo que pensaba que igual podían rechazarme por eso. Porque además los colombianos, por lo menos entonces, tenían muy mala fama aquí, de asesinos o de ladrones. A mi padre eso le daba mogollón de rabia y cuanto más quería yo esconderle, más aparecía él. Venía donde mis amigos y se presentaba. Mis amigos me decían que era súper majo y yo le quería matar. Lo pasaba fatal. Ahora estoy orgullosa de ser colombiana y soy yo la que se lo digo a la gente. Me hizo gracia un día que se lo dije a uno y me contestó que no podía ser porque tenía los ojos claros. Se ve que creía que todos tenemos que ser bajitos, morenos y con el pelo y los ojos negros. Pero es que en mi familia tenemos una mezcla curiosa. Mi padre es de piel más blanca, pero en la familia de mi madre mi bisabuelo era negro como un tizón y mi abuela es mulata. Mi madre es morena y mi hermana también es más morena que yo y tiene los ojos marrones, no como los demás que los tenemos verdes. Ella sí que parece un poco más de allí. Tuvo un problema con uno del colegio que siempre la andaba llamando puta negra, y al final acabó quejándose y le abrieron un expediente al tío
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Mi madre, cuando se fue de Colombia, tuvo la valentía de ir trabajando en lo que pudo, primero con algunos contactos colombianos en Alemania, y luego en Madrid. Ahí se quedó sin trabajo, pero afortunadamente había conocido a personas aquí, sobre todo de instituciones, y empezó a trabajar en Donosti. Pero cobraba mucho menos que antes y nos daba justo para vivir. Después montó una empresa de comunicación, con la que sigue en activo. Mi padre se encargaba de cuidarnos cuando éramos pequeñas y después ha ido buscando trabajo en cada uno de los sitios en los que hemos estado. En Alemania trabajó de profesor de español y aquí primero estuvo en una empresa y ahora trabaja en un banco. Si mi madre hubiera tenido que volver a migrar para trabajar a mí me habría hecho mucha pupa tener que irme, porque yo ya tenía amigos y todo aquí. Pero es que mi madre siempre ha querido volver a Colombia, tiene un sentimiento patriótico muy grande. Incluso cuando tuvo que irse quería quedarse allí. Estaba dispuesta a morir por sus principios y por su país, y a mí eso me parece admirable. Yo no tengo ese sentimiento de pertenencia ni de amor por mi patria. A veces me da un poquito de pena, pero no lo tengo. También veo a la gente de aquí que siente muchísimo todo lo vasco, pero yo no sabría decir si me siento colombiana, española o vasca. Si tuviera que elegir, igual diría que me siento del País Vasco, porque tengo todo aquí. Pero si nada me atase aquí y si el día de mañana me tuviera que ir a trabajar aunque fuera a Australia, me iría tranquilamente. Y mi padre es más como yo, un poco ciudadano del mundo. Si estoy bien aquí, me quedo aquí; pero si mañana me tengo que ir a otro sitio, pues me voy. Es curioso, porque mis padres siempre han estado viviendo de alquiler y nunca han usado la opción de compra que tenían, porque mantenían esa idea de volver. Y ahora que les habría interesado comprar la casa en la que llevamos viviendo quince años, resulta que no nos la venden porque es patrimonio familiar. Basta que quieras para que no puedas.
Yo solo he estado una vez en Colombia cuando tenía poco más de un año, y por supuesto no me acuerdo de nada. Fui con mi padre, que tiene familia en Colombia. Él ha ido alguna vez más, cuando se murió mi abuela o por cuestiones económicas y familiares. Mi padre no corre mucho riesgo si va allí, pero mi madre sí. Ella se desespera porque quiere ir, pero somos nosotros los que le decimos que no lo haga.