Solidaridad
sin papeles
La historia que voy a contarles es algo rocambolesca, pero
les doymi palabra de que es totalmente cierta. Le ocurrió
el pasado sábado a un amigo cercano. Se dirigía a la oficina en
la que trabaja cuando una joven rubia y extremadamente
guapa se le acercó y, hablándole en un inglés con acento
escandinavo, le preguntó si la podía ayudar.Mi amigo, que
hablaba por teléfono en esemomento, colgó inmediatamente
para escuchar qué le pasaba a aquellamuchacha que aparecía
frente a él con los zapatos en la mano y a penas una camisola
larga cubriendo su cuerpo.
La chica le contó que la noche anterior había venido desde
el sur deGranCanaria a la capital acompañando a un chico
que, al parecer, la invitó a seguir la fiesta en la ciudad.Una vez
aquí, decía la chica, el chico la drogó, o se drogó ella, o lo
hicieron juntos,muy claro no quedó este punto. El caso es
que acabó violándola en la playa de Las Canteras, donde la
encontró por la mañana tirada, sin ropa interior y totalmente
desorientada, un policía. La llevaron al hospital y, una vez allí,
según lamuchacha, lehicieronvarias pruebas y le entregaron
un documento en el que podía leerse que presentaba síntomas
de violación.
Cómo llegó desde el hospital hasta el centro de la ciudad
en aquellas condiciones o cómo es que el hospital la dejó
marchar sin que se abriera una investigación sobre lo sucedido,
dado que presentaba síntomas de violación y existe un
protocolo de actuación en los hospitales para estos casos, son
misterios aún sin resolver. El caso es que la muchacha, de origen
ucraniano, se encuentra de forma ilegal en la isla. De ahí
que algunos de los que conocimos la historia de primera
mano llegáramos, pasada la impresión inicial de conocer la
historia, a la conclusión de quemuyprobablemente se escapó
del hospital pormiedo a las preguntasde lapolicía.
Pero, volvamos a mi amigo y su repentina amiga. Tras contarle
la historia, la chica le preguntó si podía facilitarle algún
lugar en el que dormir.Mi amigo, algo descolocado por la
situación, le ofreció a la chicadormir ensucoche duranteun
par de horasmientras él terminaba de trabajar. Ella aceptó y
allí se quedó, tumbada en el asiento trasero del coche mientras
mi amigo trataba de concentrarse en el trabajo entre
mirada y mirada por la ventana cada cinco minutos para
comprobar que allí seguía la joven.
Al contarle la historia a sus compañeros de trabajo, todos
se preocuparon bastante por el destino de lamuchacha y se
lanzaron enseguida a buscar alternativas que ofrecer a mi
amigo para ayudar a la chica. “Hay que llamar a la Policía”,
decía uno. “No, tío, que no tiene papeles”; contestaba mi
amigo. “Ah, es verdad”, entendía el otro. “¿Y si buscamos
alguna ONG de ayuda a inmigrantes?”, preguntaba otro.
“Pues, no sé, habría que preguntarle a ella, a lo mejor no le
cuadra la idea”, respondía mi amigo.
Al final, después demuchos periplos que sin duda darían
graciosos e interesantes matices a esta historia pero que
harían que me extendiera demasiado, mi amigo acabó llevando
a lamuchacha al apartamento del sur en el que convive
con una amiga española que se alegró enormemente al
ver a la chica y se dispuso a acompañarla a algún lugar en el
que le pudieran dar la píldora del día después.
Después de conocer lahistoria, si yo le preguntara al lector
yel lectorpudieracontestarmecuálde lospuntosdelamisma
le resultaría el más sorprendente, creo que podría afirmar
que las respuestas estarían entre “¿cómo se le ocurre venirse
a la capital con un tío que no conoce?”, “¿no será que la chica
era prostituta”, o bien “¿cómo la dejaron marcharse del hospital
sin llamar a la policía o darle la píldora del día después?”.
Y entonces yo contestaría preguntando: ¿Y a nadie le sorprende
que todas las personas implicadas en la historia –mi
amigo, los compañeros de trabajo demi amigo, o yo mismahayamos,
conscientemente y sin remordimiento alguno, eludido
las leyes de nuestro país, ayudando a una inmigrante en
su situación irregular en España sin ponerlo en conocimiento
de las autoridades?. Y la respuesta: No, todos, o casi todos,
haríamos lomismo. En consecuencia, ¿se corresponden las
leyes de extranjería de nuestro país con los sentimientos de
los ciudadanos? ¿Si esas leyes nos parecieran justas no habríamos
llamado inmediatamente a la policía para denunciar la
situación de la muchacha? Ahí lo dejo, el que lo quiera coger
que lo coja.
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