El viaje de ida y vuelta de Jamal
Llegó al centro de acogida de Loiu hace siete años y ahora trabaja allí como educador. «Los chavales me respetan porque he vivido lo mismo que ellos»
17.02.08 - TERESA ABAJO
ENTRE CULTURAS. Jamal Anejdam posa en la sala de su casa, con la ikurriña en el balcón. / FOTOGRAFÍAS: BERNARDO CORRAL
«En Marruecos, la única conversación entre los jóvenes es Europa. Dicen 'quiero un coche', 'quiero una novia' y cada uno elige un país». Jamal Anejdam, el séptimo de nueve hermanos, vivía en Fez y quería comprarse una moto. En su familia «no faltaba para comer, pero no podíamos permitirnos lujos», recuerda. Tenía quince años cuando se lanzó «a la aventura» oculto entre las ruedas de un autobús. Le descubrieron tres veces en la aduana de Tánger y acabó metiéndose en la caja de climatización de un autocar. Así logró cruzar el Estrecho. Llevaba un buzo de mecánico «y ropa buena debajo, para no parecer un inmigrante ilegal».
Aquel viaje le llevó a Barcelona y desde allí, por referencias, al centro de menores de Loiu, donde aterrizó en 2001. Ahora trabaja allí. Además de las normas que se pueden leer en las paredes -'Hago caso a los educadores', 'No me peleo con mis amigos', 'Limpio el módulo', 'Participo en las actividades'-
Jamal entiende las reglas no escritas. «Los chavales me respetan mucho porque he vivido lo mismo que ellos», dice.
Les habla en su idioma -árabe o bereber- y con la mirada.
Escapada a Berlín
Es el único educador de los centros forales que ha pasado por esta experiencia, aunque su historia se resiste a encajar en un molde. Tiene algo de trotamundos y mucho de superviviente, y es probable que acabe dedicándose a la política. El suyo es un viaje de ida y vuelta. Va con frecuencia a su país y da charlas a los chicos que sueñan con Europa.
Les habla de los riesgos del viaje «para que sepan lo que se van a encontrar. Hace dos años cuatro chavales murieron por drogas. Otros acaban en la cárcel y eso no se cuenta en Marruecos, no quieren conocerlo. Es tan difícil llegar que lo ven como una aventura, no como un proyecto migratorio».
Él también tuvo su baño de realidad. Llegó al centro de Loiu en su etapa más conflictiva y varias veces pensó en el regreso, «pero era una vergüenza volver con las manos vacías». Empezó a trabajar en Mercabilbao mientras hacía un curso de electricidad y aprendía castellano. Después de dos años y medio, pasó a un piso de acogida, hizo más cursos y encontró empleo en una empresa de carpintería metálica donde le hacían «la vida imposible.
En toda la obra ponían 'moro de mierda'». Al cabo de unos meses, decidió poner distancia rumbo a Berlín.
Se fue con un amigo argentino que, como él, tocaba en la calle y en algunas fiestas. «Mi sitio estaba enfrente del Palacio foral». En Berlín se ganaba la vida con la música, al igual que en Brasil, Argentina, Uruguay y Bolivia. Durante dos años, «iba y venía. Viajaba por viajar, pero los problemas los llevaba conmigo».
Acabó volviendo a Vizcaya, «donde había dejado amigos», y se dedicó a hacer cursos, todos los que pudo. En una de sus carpetas guarda certificados de su participación en cursos de monitor de tiempo libre y educador social, y en programas sobre inmigración.
Alcalde «en 2030»
En otra carpeta va almacenando sus proyectos. Ha presentado en Caja Madrid un plan para la integración de jóvenes inmigrantes en Euskadi. También quiere promover el «turismo social» de jóvenes vascos «para que convivan con nuestras familias. Que no sólo conozcan en país, sino que lo sientan». Cree que esa es la manera de acortar distancias. Por mucho que se avance en los centros de acogida, «el problema está en la calle, en las miradas. Cuando salgo de mi círculo de amigos noto que me miran con desconfianza, y eso duele mucho.
A las chicas a veces no les dices que eres de Marruecos para que no piensen mal. Dices otra cosa, Brasil o Egipto».Jamal «es autodidacta», resume el director del centro de Loiu, Carlos Sagardoy. «Siempre se ha buscado los recursos, las asociaciones, los contactos.
Ha pasado momentos malos, de decir 'esto no es lo que me había imaginado', pero tiene iniciativa y se interesa por los chicos. Quizá es un poco impaciente, quiere conseguir las cosas enseguida», afirma.Juntos han logrado una subvención para comprar instrumentos musicales, dentro de un proyecto de actividades de ocio. Teclado, batería... los chicos «no tienen que aprender, todos tienen ritmo».
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